Conviene hacernos algunas preguntas, sí, los que nos dedicamos a la educación nos planteamos interrogantes que no tienen una respuesta definitiva porque siempre se profundiza en las posibles respuestas, desde diversas perspectivas y cada vez se comprende más, o al menos eso esperamos:
¿A qué nos dedicamos? Somos educadores, pero también estamos siempre aprendiendo;
¿Por qué? Se abre un abanico de posibles respuestas: me gusta, siento la vocación, allí me llevó la vida, salió la oportunidad, por costumbre, hábito, necesidad, es lo que tengo… sin embargo, la consciencia y creencia que debe reafirmarse está en la línea de la valoración. ¿Por qué la educación? Porque hemos experimentado el valor que tiene, ¨vale la pena¨ ese encuentro entre personas que provoca aprendizajes, que va transformando la vida porque implica una nueva manera de ver el mundo y de verse y sentirse a sí mismo, así que todos somos aprendientes y somos transformados.
En el hecho educativo hay muchos elementos a distinguir, la metodología, los contenidos, la evaluación, los recursos… pero lo más relevante de la experiencia de vivir, pensarse y sentirse educador es el encuentro y reconocimiento mutuo que te cambia, porque en la experiencia educativa se posibilita un descubrirse, verse, sentirse y actuar de otra manera, lo que va cambiando radicalmente la vida porque actualiza y renueva la esperanza de que la vida puede ser mejor, fortaleciendo el compromiso de que eso se haga realidad. Esa es la experiencia educativa que debemos provocar y vivir con los estudiantes.
Sí, la educación actualiza la esperanza y los sueños de una vida mejor, no solo para el futuro, sino en la experiencia cotidiana de encontrarnos, también a través de un aula virtual o en toda experiencia de aprender juntos.
Por eso, todos somos un poco educadores, aunque algunos tengamos la suerte de haber convertido esa experiencia en nuestra profesión.