El contenido de la presente nota está tomado del documento “La Educación Integral según la Pedagogía Ignaciana” del P. Luis Fernando Klein, S.J.[1] y aunque todo su enfoque es sobre Educación Integral nos da luces para aplicarlo en el mismo sentido a Formación Integral que es el objetivo que pretendemos. Manifiesta el P. Klein que el P. Pedro Arrupe, S.J., señala cuatro notas para la Educación Integral que deben ofrecer las instituciones jesuíticas. Formar Hombres de servicio según el Evangelio, como promotores de la justicia, a partir de la caridad evangélica. Formar Hombres nuevos, con una forma de vida tan coherente con los valores que aprendieron de Jesucristo que sobresalga en el servicio a los demás. Formar Hombres abiertos al crecimiento personal, al mundo cambiante en el cual nos toca vivir. Finalmente, formar Hombres equilibrados, que compaginen los valores académicos y evangélicos, pues no es el ideal de nuestros colegios producir esos pequeños monstruos académicos, deshumanizados e introvertidos. Ni el devoto creyente alérgico al mundo en que vive e incapaz de vibración. Nuestro ideal está más cerca del insuperado modelo de hombre griego, en su versión cristiana, equilibrado, sereno y constante, abierto a cuanto es humano.[2]
El documento Características de la Educación de la Compañía de Jesús (1986) presenta el objetivo de la Pedagogía Ignaciana como el desarrollo más completo posible de todos los talentos, potencialidades y virtudes de la persona para tornarla equilibrada, convencida y practicante de los valores, líder en el servicio a los demás. Nuestro ideal, decía el P. Kolvenbach, es la persona armónicamente formada, que es intelectualmente competente, abierta al crecimiento, religiosa, movida por el amor y comprometida a realizar la justicia en un servicio generoso al pueblo de Dios. Las dimensiones de la Educación integral abarcan el desarrollo intelectual, afectivo, imaginativo, creativo, moral, espiritual y físico de cada estudiante. Se busca, también, el desarrollo de la voluntad y de la libertad para demostrar actitudes coherentes con los valores. En orden a lograr una formación intelectual profunda, hay que considerar disciplinas humanas, físicas y sociales; tecnología, literatura, estética, música, bellas artes; deportes y educación física; educación religiosa y espiritual. Además, de acuerdo con sus objetivos educacionales, la Educación Integral abarca temas de vital importancia como el diálogo entre fe y cultura, la educación para la justicia, los valores comunitarios, las verdades de la fe.[3]
El P. Kolvenbach, en la visita que hizo al Colegio Pereyra, en Torreón, Mexico, en agosto de 1990, habló de la Educación Integral en el sentido de las actitudes a promover en los alumnos. Estos sufren, decía, la crisis de valores que les impone una visión distorsionada sobre el ser humano y les inspira la desesperanza y el escepticismo en cuanto al futuro. Sin embargo, hay que creer en la buena índole de los jóvenes que, en definitiva, añoran por el sentido de la vida. Por eso, comunidad educadora debe ser capaz de animarlos a interiorizar actitudes de profunda y universal compasión por sus prójimos que sufren, y a transformar a los alumnos en hombres y mujeres de paz y de justicia, comprometidos a ser agentes de cambio en un mundo que reconoce cómo está extendida la injusticia, cómo son de penetrantes las fuerzas de opresión, del egoísmo y del consumismo.[4]
La Asociación de Colegios Jesuitas de Colombia (ACODESI), en 2003, definió la Educación Integral como un estilo educativo que pretende no sólo instruir a los estudiantes con los saberes específicos de las ciencias sino, también, ofrecerles los elementos necesarios para que crezcan como personas buscando desarrollar todas sus características, condiciones y potencialidades. Son ocho las dimensiones sugeridas: afectiva, cognitiva, comunicativa, corporal, espiritual, estética, ética y sociopolítica.[5] La Dimensión Afectiva promueve el relacionamiento armonioso de la persona consigo y con los demás. La Dimensión Cognitiva estimula al sujeto a captar la realidad mediante el razonamiento conceptual. La Dimensión Comunicativa induce al alumno a establecer relaciones a través de los lenguajes. La Dimensión Corporal lleva al ser humano a aceptar, integrar y desarrollar su materialidad. La Dimensión Espiritual busca desarrollar la capacidad del estudiante para rebasar su existencia cotidiana e inmediata y ponerse en contacto con los seres humanos y con Dios. La Dimensión Estética impulsa la sensibilidad de la persona para captar y expresar la belleza. La Dimensión Ética orienta al alumno a enmarcar sus decisiones y actitudes con responsabilidad, de acuerdo a valores. Finalmente, la Dimensión Socio-política inspira al sujeto a vivir en la ´polis´ y a contribuir para su transformación.
[1] Conferencia en el I Encuentro Virtual de Directores Académicos de FLACSI, día 4 de septiembre de 2017.
[2] Arrupe, Pedro. Nuestros colegios hoy y mañana, 1980, n. 4. In: Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana.
[3] Características de la Educación de la Compañía de Jesús (1986), n. 23 y 24. Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana
[4] Kolvenbach, Peter-Hans. Sobre la formación integral en el Colegio Pereyra (Torreón, 26 de agosto de 1990). In: El P. Peter-Hans Kolvenbach S.J. y la Educación (1983-2007 (Selección de Escritos). Bogotá, ACODESI,2009.
[5] ACODESI, La formación integral y sus dimensiones. In: Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana
Considero que muchos de nuestros y nuestras estudiantes están abiertos a estas actitudes y valores que hacen integral al profesional y a la persona humana. Ciertamente hay desesperanza en algunos, miedo en otros o incredulidad en otros, pero la gran mayoría tiene aspiraciones de integralidad. Ahora bien, creo que para hacer esto realidad se necesita la formación docente en estos campos (no solo tecnología, ni metodología), también filosofía de la educación jesuita, que nos permita comprender y vivir las aspiraciones de un “alma mater” que además de lo ya compartido con otras, se preocupa por la formación del espíritu juvenil.