Reflexión para preparar el Miércoles de Ceniza
P. Pedro Jaramillo Rivas .- Pastoral Universitaria Landivariana
Siempre me impresionó el Miércoles de Ceniza en Guatemala: ¡tantísima gente en busca de una pequeña cruz de ceniza en su frente…! ¡la ceniza y la cruz! Cuando te toca llevarla, te parece que has acabado en ceniza… El rito es austero, como austera es la vida.
La liturgia ofrece dos fórmulas para acompañar la imposición de la ceniza: la que fue más tradicional (“recuerda que eres polvo y al polvo volverás”) y la que se introdujo con la reforma litúrgica (“conviértete y cree al Evangelio”). El mismo hecho, bajo dos perspectivas. El hecho somos tú y yo. El hecho somos nosotros con todo y nuestra vida a cuestas. No es pesimista pensar en nuestro polvo. Se trata más bien de un realismo que, por sernos molesto, intentamos callar. Es fantástico buscar “forma física”…, pero no nos viene mal recordar que es “una forma” que pasa… No vayamos a hacer un ídolo de ella… Los hay y las hay tan obsesionados por “la forma” que llegan a perder la “sustancia”.
Se dice que, hoy, vivimos en un mundo de pura apariencia… y que cuidarla es lo que puede hacernos triunfar… pero, la cosa no es sólo de hoy; viene de lejos: antiguo es el sabio refrán que dice: “no es oro todo lo que reluce”. Bien pudiera ser la ceniza un signo de todo lo que no es oro en nuestra vida, por mucho que ésta reluzca. En la vida, no se trata de querer “deslumbrar”. Se trata mejor de saber “alumbrar” los caminos. En su doble sentido: de luz y de parto.
Aceptar la ceniza es signo de acoger nuestras propias cenizas… las que resultan del quemar de una vez por todas los frecuentes engaños del atar nuestras vidas a cosas que pasan sin dejar la mínima huella. Que no te importe saber cuánta sea la ceniza que tengas. Lo que importa es que sepas quemar con el fuego de las ascuas encendidas del Espíritu todo aquello que estorba la construcción de una vida que alumbre caminos y que, engendrando, alumbre esperanza. alumbrar así: con la luz y con el parto.
Si te imponen la ceniza con esta primera fórmula, piensa en todas estas cosas de “la ceniza y las cenizas” en la pequeña cruz de tu frente. Y, si es con la segunda (“conviértete y cree al Evangelio”), estás también cerca de “tu ceniza y tus cenizas”. Porque el Evangelio también quema… Jesús lo había dicho de su fuego: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49). No era Jesús un pirómano… a no ser que se tratara de las “ascuas del Espíritu”. Ahí ¡sí! Jesús no nos quiere “apagados”. Jesús nos quiere “encendidos”. Como luz y como fuego.
Como luz, para alumbrar tus propios caminos, los caminos de los otros y el camino de una sociedad que no acierta con su norte. Como fuego que purifica y acrisola. Que no es el Evangelio “el sombrero que me quito y que me pongo”. Bien lo dijo el Papa Benedicto: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE,1). No se puede decir más en tan pocas palabras.
Jesús es el Evangelio (la Buena-Noticia) del que me fío (al que creo) y por eso lo acojo. No es un sistema sino un programa. Ese que estoy llamado a renovar en cada cuaresma… ese que, con su fuego, hará muchas cenizas y con su crisol afianzará muchas decisiones.
Que se una el signo (la ceniza) con las palabras (la invitación) para hacer de la imposición de la ceniza un compromiso de vida: hacer cenizas todo aquello que saca de “la onda” de Jesús y su Evangelio. Es un día para “dar nuevos horizontes a la vida” y de optar por “una orientación decisiva”. Que no se quede la crucecita en la frente, que te grite en el corazón que “otra vida es posible”.