Lic. Vitalino Aníbal Ajanel Alvarado
Miembro de Teólogos del Pueblo
Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado: Jesucristo ha vencido a la muerte y al pecado y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos.
Nos enseña el Catecismo que desde las primeras comunidades cristianas (quienes vivieron este acontecimiento real e históricamente comprobado), nos ha sido transmitida esta verdad como central y fundamental, y se ha convertido en un dogma que es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo.
Con la anterior afirmación estamos de acuerdo y no hallamos en ella problema alguno, porque se evidencia con el sepulcro vacío, las apariciones del resucitado, los testimonios de sus seguidores y otras pruebas expresadas en las sagradas escrituras.
Lo que interesa es desentrañar el sentido y alcance salvífico de la Resurrección, ya que la Resurrección es la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó y es el principio de nuestra propia resurrección, de esa cuenta, basta con repasar los Evangelios para comprender qué hizo y qué enseñó el Jesús histórico.
En este repaso no debemos perder de vista a quienes fueron los destinatarios privilegiados de la predicación, dichos y hechos de Jesús, de ellos nos habla Lucas al expresar que Jesús: “fue ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva”, fue “enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Cfr. Lc 4, 16-21).
Ahora bien, todos estamos llamados a anunciar la vida y no tenemos que esperar la muerte física para resucitar o ayudar a que resuciten nuestros hermanos, precisamente los que ahora están en esa posición tan marginada, maltratada y menos favorecida.
Nosotros podemos resucitar de nuestras dificultades y problemas, de nuestras ataduras y apegos y podemos ayudar a resucitar a los demás si nos volvemos solidarios con los más necesitados, si los ayudamos a organizarse para defender y exigir sus derechos, como Jesús que antepuso la vida y la dignidad de las personas ante toda norma religiosa o precepto prohibitivo, por eso arriesgó hasta su vida, curando a los enfermos, liberando a los endemoniados y prometiendo felicidad a los que sufren y lloran, no le importó relacionarse con los pecadores y los impuros, para devolverles su dignidad, por eso el Reino de Dios se entiende a través de hechos concretos que dignifican la vida; y nosotros somos seguidores de un Cristo vivo.